miércoles, 23 de noviembre de 2011

El color olvidado


Para reconciliar la memoria con la verdad, la ONU declaró a 2011 como Año Internacional de los Afrodescendientes, reconociéndolos como un sector de la población cuyos derechos deben ser protegidos. Es que el racismo y la xenofobia afectan aún hoy a quienes descienden de las víctimas del comercio de esclavos entre África, Europa y América, tráfico que desterró violentamente a unas 20 millones de personas.

El legado de este colectivo social en la Argentina comenzó a estudiarse en 2004, cuando la UNESCO inició el proyecto Ruta del Esclavo en el Río de la Plata, identificando sitios ligados al esclavismo con el fin de crear itinerarios conmemorativos y revalorizar la cultura generada por la presencia de afrodescendientes. «Podemos decir que los negros llegaron a la Argentina en 1580, cuando bajaron de los barcos de Juan de Garay en calidad de esclavos de los españoles», señala el antropólogo Norberto Cirio, vocal titular de la Asociación Misibamba, que reúne a parte de la comunidad afroargentina. Y destaca que la población negra fue protagonista de episodios históricos tales como las Invasiones Inglesas, el cruce de los Andes, las batallas de Chacabuco, Maipú y Cancha Rayada, y las campañas al desierto. «Con el correr del tiempo, los negros fueron asimilados para satisfacer las políticas de la Generación del 80, que los invisibilizó en pos de refundar una Nación de cuño blanco europeo».

Una de las pioneras en el proceso de visibilización de los negros en la Argentina es Lucía Molina, afrodescendiente y presidenta de la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana de Santa Fe. «En 2009 logramos rebautizar un sitio público con el nombre de Paseo de las Tres Culturas, donde por primera vez el Estado argentino reconoce a los afrodescendientes del tronco colonial como pueblos preexistentes de la Nación», cuenta. El lugar, ubicado en la capital santafesina, homenajea a quienes constituyeron una parte considerable de la población originaria: entre 1780 y 1800, sobre un total de 7.303 habitantes en la provincia, 2.025 eran negros. Otros lugares testigos del pasado esclavo están en Arroyo Leyes y en la estancia jesuítica de Carcarañá.

Marisa Pineau, historiadora, enumera otros sitios cruciales: «En la ciudad de Buenos Aires, Retiro y Plaza San Martín eran lugares donde funcionaron emplazamientos de la Real Compañía de Guinea y de la South Sea Company, principales empresas importadoras de esclavos desde África hacia Buenos Aires entre los siglos XVII y XIX». Además, menciona el Parque Lezama, donde funcionaban antiguas barracas que albergaban esclavos llegados al puerto.

La provincia de Córdoba también fue clave en la trata negrera, debido en gran medida a su estratégica ubicación. En la capital provincial existen unos 20 sitios vinculados con el esclavismo, como la Manzana Jesuítica, el Museo Marqués de Sobremonte, el Cabildo y la plaza San Martín. Convertirlos en lugares de memoria no se reduce a presentar al negro esclavizado como parte del pasado, sino a resaltar su aporte cultural, que requiere el acompañamiento de una sociedad convencida del valor de las identidades múltiples.

Texto y fotos: Bibiana Fulchieri

Ver artículo original en revista ACCION digital. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Los nombres


Nadie escapa al nombre propio. El nombre es a la vez un derecho del niño y una institución, la única institución que individualiza en un acto de reconocimiento, relacionada con las funciones simbólicas de la maternidad y paternidad. Nombrar es hacer entrar al niño en el orden de las relaciones humanas. Elegir, dar un nombre a un niño, es hacerle una donación de una historia imaginaria y simbólica familiar. [...]

En el pensamiento griego, el destino es una figura compuesta, en la cual pueden destacarse tres aspectos:
a) Moira, inflexible predeterminación de una existencia, palabras pronunciadas de antemano a las cuales deberá plegarse toda la historia; 
b) Tukhé, el encuentro (bueno o malo), el azar; 
c) Daîmon, el personaje interno al sujeto, ignorado de él mismo, que guía sus pasos independientemente de su voluntad. El nombre reúne los tres aspectos; condensa la necesidad y el azar; deja al sujeto la posibilidad de reapropiarse de su nombre de pila, enriquecido por las incertidumbres del azar.

En la elección del nombre de pila hay siempre un acto de creación que se recrea constantemente, a medida que el niño podrá hacer suyo su nombre. Sólo en el curso de ese proceso el nombre se convertirá realmente en nombre propio. Si en algún momento el niño hiciera un síntoma, el nombre de pila podría ser tomado como un criptograma, cuyo desciframiento se puede revelar útil para liberar al niño de un punto de anclaje necesario, sin duda, para su filiación, pero que a veces puede amarrarlo a una patología. Se atribuye un nombre a un niño, pero a veces se atribuye un niño a un nombre. [...]

Juan Eduardo Tesone
Y vos, ¿cómo te llamás?

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